Desde los inicios de su actividad profesional, a mediados de la década de los sesenta, Melecio Galván optó por el dibujo como medio por antonomasia de expresión. No se trata en su caso del boceto como producto preparatorio ni del apunte como recurso de atrapar una idea, una imagen, que posteriormente dará origen a la obra acabada. La línea, su dirección, su desplazamiento, su movimiento, fue para Galván un proceso conclusivo en sí mismo. No hay manchas, accidentes provocados o previstos, borrados, sombreados artificiosos ni collages en sus dibujos y cada uno de estos es una obra concluyente que se basta a sí misma, inclusive los que pueblan su sorprendente cuaderno de apuntes; es claro que Galván poseía un especial talento para dominar la relación entre la idea preconcebida y el manejo del trazo. Fue dueño además de un oficio impecable, al que se aplicó día con día como si hubiese trabajado en un obraje. Sin embargo su obra no es artesanal y ni siquiera puede decirse que corresponda únicamente al género de la ilustración, para el que trabajó con asiduidad como medio de subsistencia y como forma de proyección social. Por voluntad propia se retiró del circuito comercial de las galerías desde 1970, cuando expuso en Estados Unidos.
Poseedor de una cultura visual sumamente amplia, tenía como todo artista, sus predilecciones, que se patentizan en varios momentos de su obra. A la representación realista de sus inicios sigue una etapa en la que opta por la deformación neo expresionista, propiciada por Nueva Presencia. Cultiva de manera simultánea el género grotesco sin llegar propiamente hablando a hacer caricatura. Más adelante introduce en sus configuraciones un acento puesto en el movimiento, el trazo se vuelve brioso sin perder firmeza y la línea corta se reitera disparándose en unidades, cada una de las cuales actúa como masa direccional en referencia a las otras. Así está realizado su autorretrato de 1966, en el que entrega un rostro joven de rasgos regulares, con la mirada vuelta hacia adentro y huellas de expresión bien marcadas. Fascinado por la ilustración y la viñeta fin-de-siècle, toma de éstas los rasgos estructurales que le son afines y los adapta al estilo de los últimos años sin por ello abandonar otros tipos de configuración en los que convergen la firmeza y el arabesco del dibujo alemán de los siglos XV y XVI, las ilustraciones de Gustavo Doré, ciertos rasgos de tratamiento del espacio característicos en Escher y la síntesis propuesta por la moderna ilustración de ciencia ficción y de los cómics Heavy metal. Hay también fuertes resabios manieristas a lo largo de toda su obra, tanto que puede hablarse de un estilo estilizado para calificar, generalizando, varios de los conglomerados que a componen. Las fuentes iconográficas de su dibujo se emparentan con el realismo fantástico y al mismo tiempo con la frenología. Aun cuando él fue poco proclive a anotar explicaciones verbales acerca de lo que hacía, esta palabra se encuentra escrita dos o tres veces en su cuaderno de apuntes. La frenología en sus inicios fue una disciplina que se abocó al estudio de las facultades psíquicas tales como éstas se manifiestan en la prominencia de determinadas regiones del cuerpo humano; de este modo, a partir de F. J. Gall, se interpreta la estructura, los movimientos del cuerpo y las expresiones del rostro como resultado de ciertas condiciones mentales y emotivas. Se trata pues de un método interpretativo de carácter fisiognomónico que Galván utilizó para connotar aspectos caracterológicos que privan en amplios conglomerados de nuestra especie. El tono patológico de estas condiciones (la frenopatía), lo condujo a utilizar esta modalidad con un sentido eminentemente crítico.
Melecio apuntó subversivamente caracterizaciones del militarismo, la represión, la tortura, la falta de respeto a la vida y sobre todo la bestialidad. Su última serie de dibujos se titula precisamente “Militarismo y Represión”.
Espíritu delicado, sensible, soñador a la vez que austero, Melecio conformó tiras gráficas sencillas, pero de altos vuelos poéticos, en los que las historias se desenvuelven propiamente como un lenguaje, es decir, los vocablos están excluidos y la narración se lleva a cabo exclusivamente con base en imágenes que conforman una secuencia cinematográfica. Las que dedicó a su hija Amaranta, aparte de su valor lineal e imaginativo, constituyen un testimonio de veneración a la niñez personificada en esa criatura (que lleva el nombre de un personaje de Cien años de soledad), a quien amó profundamente, dedicándole sus recreaciones de la famosa obra de García Márquez, misma que influyó poderosamente en sus conceptos sobre lo real maravilloso.
Realizó, además, varios retratos casi hiperrealistas de sus familiares, amigos e hijos de estos. Porque si bien era por naturaleza proclive a la reclusión y a la soledad, supo conservar sus vínculos amistosos, además de que en todo momento procuró compartir su arte y darle una dimensión tanto social como pedagógica (de aquí su participación con el grupo Mira, con el que mantuvo lazos generacionales). Su labor solitaria tiene mucho de heroica pese a lo cual esta nota no pretende mitificar la figura de Melecio, por más que su muerte, que alcanza las proporciones de tragedia griega, pudiera prestarse a convertirlo en una especie de héroe. Tal cosa no es necesaria. En cambio, por respeto a su persona y por el más elemental sentido de justicia, sí lo es el esclarecer el misterio que rodea su violenta desaparición.
Melecio fue uno de los más conspicuos dibujantes e ilustradores que ha dado México. Su trabajo se interrumpe en los momentos en que preparaba una espléndida versión destinada a ser reproducida como edición facsimilar de los Incidentes melódicos del mundo irracional, de Juan de la Cabada, relato que fue ilustrado en 1944 por Leopoldo Méndez. La versión de Melecio tiene carácter de homenaje tanto al escritor como al ilustrador. Otros mexicanos homenajeados implícita o explícitamente por este artista son Ruelas y Posadas.
Si la muerte de Melecio Galván a los 37 años corta brutalmente una rica trayectoria de trabajo y creatividad, no menos cierto es que su obra se basta para ocupar un lugar en la historia del arte contemporáneo de México. De aquí la necesidad de que se le promueva, se le conozca, se le estudie y se le valore. Teresa del Conde Texto escrito para el cuadernillo de presentación de la exposición en el Museo del Palacio de Bellas Artes, 27 de mayo de 1983.
Melecio Galván empleó siempre elementos figurativos no obstante que, a principios de los setenta, utilizara recursos de la abstracción geométrica o del op art a manera de contexto visual, como apoyo compositivo o adjudicándoles una función abiertamente ornamental. En su producción pionera se advierten su filiación al neofigurativismo, en general, sus escarceos con la nueva figuración simbólica, así como su aprovechamiento del pop y de los diseños, sobre todo del gráfico. Empero, la adopción de constantes estilísticas queconservaría en su obra de madurez de lenguaje data de 1968. Su constante de estilo individual más notoria es su valerosa elección de la vertiente dibujística como vía independiente dentro de las artes visuales. Él subraya esta opción mediante el uso de la línea activa; es decir, por medio del empleo de recursos lineales en número amplio, y con características y gradaciones múltiples, de modo que sea la línea misma la que tenga la función de protagonizar, artísticamente, la totalidad de cada escena, prescindiendo lo más posible de las aguadas y de las plastas. En poco tiempo, Galván reforzaría dicha filiación dibujística mediante citas al cómic y por medio de su labor dentro del campo de la ilustración. Para mediados de los años setenta, este artista adopta de lleno una constante estilística más (que venía decantando desde el 68): la presencia de achurados no convencionalesni mecánicos. Con estos recursos conforma relaciones formales entre las partes de sus figuras, y entre éstas y el todo, a la vez que configura volúmenes virtuales, elementos que tienen efectos estéticos, pero a la vez comunicativos, al compensar lo mucho que de mimético tiene el dibujo de Galván, dado su virtuosismo. También del 68 proviene su compromiso por enfrentarse de manera airosa al horror de representar a los cuerpos represivos del estado –y, por extensión, a los poderosos de toda ralea y a sus esbirros–, temática e iconografía que abrazaría de lleno, a manera de denuncia, resistencia, combate y ridiculización, asimismo a inicios de la segunda mitad de la década de los setenta. Melecio Galván se interesó por elaborar su versión del cuento “Incidentes melódicos del mundo irracional” de Juan de la Cabada. Desarrolló sus personajes y retrató al autor del cuento. A esa labor se dedicaba en 1982.